La obra considerable que Federico Ibarra ha ido elaborando a lo largo de casi medio siglo se caracteriza tanto por su variedad, abarcando casi todos los géneros de la música de concierto y de escena, como por una exploración amplia de formas y técnicas diversas, puesta al servicio de la afirmación renovada de una voz inconfundible y vigorosa.
Entre sus rasgos más distintivos, destaca su búsqueda en torno a la forma sonata, lo cual lo ha llevado a componer varias Sonatas (para piano, violín solo, cello y piano, 2 cellos y piano), experimentando en cada una de ellas con su elaboración estructural para adecuarlas a sus exigencias expresivas. Sin embargo, su interés por las múltiples combinaciones instrumentales que ofrece la música de cámara reside también en su inagotable curiosidad por las combinaciones tímbricas y en su predilección natural por la claridad del tejido musical.
Otra característica singular de la obra de Federico Ibarra reside en su gusto por la voz humana. Vasta es la producción que le dedica, tanto solista con diversos acompañamientos, como coral en todas sus variantes. Sin embargo, su predilección por la voz en escena lo ha convertido en uno de los compositores mexicanos de ópera más destacados, tanto por la cantidad y variedad de formatos de sus títulos, como por la originalidad de sus libretos. Además, gracias a una comunicabilidad que no sacrifica su originalidad expresiva, Federico Ibarra es sin duda el compositor mexicano de ópera más representado en los escenarios de su país, con varios títulos que han merecido hasta cuatro reposiciones y uno con más de ochenta funciones.
Por último, es imposible hablar de la música de Federico Ibarra sin hacer mención especial de su obra sinfónica. Sus cuatro sinfonías y demás obras para orquesta se destacan por la riqueza tímbrica que su gran talento de orquestador ha sabido imprimirles. Estas obras han sido grabadas en varias ocasiones y la cuarta sinfonía, “Conmemorativa”, es producto de un pedido de la UNAM para celebrar el centenario de su fundación. La variedad de recursos sonoros y de planos expresivos propios de la orquesta la convierten, al lado de la voz humana, en uno de los vehículos más apropiados para plasmar a un tiempo el vigor de su estilo y la variedad de su paleta de colores.